sábado, 1 de noviembre de 2008

catorce

Apenas amanecía. El viento ya era más cálido y había perdido intensidad. Bajé despacio por el caminito de arena, arrastrando el peso de las piernas que aún no se habituaban a la irregularidad del suelo. El sol era un círculo incandescente en el cielo sobreiluminado, casi blanco. Caminé un rato, esquivando el agua, su sinuosa línea trazada con espuma sobre la orilla. Cuando el sol empezaba a subir, volví a la bajada inicial y me senté al amparo de unos arbustos, en la base del médano. Allí la vi. Sus delgadas piernas cubiertas hasta la rodilla por el pantalón claro, la camisa a cuadros que el viento embolsaba en la espalda, agregándole una especie de joroba a ese cuerpo viejo pero fibroso, una visera sombreándole la cara mientras tejía una especie de cesta con unos filamentos amarillentos que se abrían como rayos, o como un abanico roto. Dejó a un lado su labor y me saludó con una inclinación de cabeza. Le respondí sorprendida, un poco más tarde, y fijé la vista en el mar, incómoda. Con el rabillo, pude ver que volvía a lo suyo, sin mayor inquietud por mi respuesta.

sábado, 11 de octubre de 2008

trece

Releo y no consigo comprender tus palabras. Creo que no miden su alcance, las veo como un dibujo sobre el papel, independientes de razón, carentes de sentido. ¿Cómo fue que te volviste algo desconocido para mí, cómo llega tu vida, respirando a mi lado, a convertirse en este suceso impredecible?
No tengo futuro ahí donde no estés, no puedo concebir la realidad del pasado si no me lo evoca tu presencia. Estoy, me siento, al borde de un precipicio sin haberme desplazado un sólo paso de la puerta de casa. No me hables así, no me escribas usurpando ese nombre y ese cuerpo. Nada en vos me resulta "familiar", y no puedo y no quiero hablar con una extraña.

doce

Qué rara agitación la de los objetos frente a un sujeto inmóvil.
Desde esta silla donde un cuerpo inanimado se reclina, se divisa un paisaje en permanente actividad. Las pequeñas palmeras se agitan en la terraza, las nubes cambian de color y de forma, se acumulan como grumos oscuros en los ángulos del ventanal -marco de lo visible-, las olas rompen en la mitad del plano, allí donde aún resulta nítido para los ojos que lo observan, hay espuma en los bordes, una especie de cabellera derramada en la orilla, como una vestal que sueña, en un dormir inquieto, interminable. La rotación del sol llenó la casa de una pequeña multitud: bultos de sombra verdosa me acompañan.
He estado así por horas, se me adormecieron los brazos en una posición fija.
Este lugar es el confín de nuestras vidas, ha sido siempre así. Una casa en el límite. Un espacio al que llegábamos cuando la planta del pie percibía un cosquilleo de umbral a cruzar, un borde nuevo. Así era para él. Así fue.
Junto piedras en el caminito que baja hacia la playa.

sábado, 4 de octubre de 2008

once

Desde el andén, cargando un bolso demasiado pesado, caminó por las calles de tierra. Sus pasos hacían crujir los pastos secos que bordeaban el camino angosto, a esa hora desierto. El sol se hacía sentir, y se ocultaba, intermitente.
Después de un tramo, el terreno declinaba. Encontró la entrada de la casa casi cubierta por un sauce. Abrió la puertita de madera forzando un poco el pasador herrumbrado, que se quejó rechinando. El jardín parecía un bosque fantasma en miniatura, naturaleza abandonada. Empujó la reja y después la puerta de madera seca, blanqueada por el sol. La casa estaba sumida en la más completa oscuridad.
Dejó el bolso en el piso, y a tientas, descorrió las pesadas cortinas del ventanal. El mar entró en la casa.

viernes, 12 de septiembre de 2008

diez

Digo, los objetos pesados caen más rápido que los ligeros, si soltamos un martillo y una pluma o una hoja de papel desde una misma altura, el martillo alcanzará primero el piso. Si arrugamos el papel dándole forma de bola, como una carta última, un poema, alcanzarán el piso al mismo tiempo.
Fue Galileo quien rebatió la concepción de Aristóteles al afirmar que, en ausencia de resistencia de aire, todos los objetos caen con una misma aceleración uniforme. Pero Galileo no pensaba en el aire que te falta, en el ahogo.

Las primeras máquinas neumáticas capaces de hacer vacío, aquellas de las que no pudo valerse para afirmar su teoría, se inventaron después, hacia el año 1650.
Tampoco disponía de relojes suficientemente exactos, no era el tiempo de la ausencia mensurable, no se creaba el vacío con las manos; no se crea volviendo las palmas hacia arriba y haciendo nido en ellas.
Galileo probó su hipótesis usando planos inclinados, con lo que conseguía un movimiento más lento, que podía medir con los rudimentarios relojes de su época. Al incrementar de manera gradual
la pendiente del plano dedujo conclusiones.
Adaptarse. Adaptarse y caer, deslizarse hacia bajo.
Destino del objeto, de la fricción del aire, del vacío interpuesto, del tiempo y la pendiente trágica del plano. Libertad de caer, ser arrojado

nueve

Se asciende paso a paso. Se trastabilla, a veces. Se retrocede hasta un punto inicial. Allí se llega. Pasos que retumban en el fondo de las calles. Pasos que dudan. Se avanza
un tramo. Breve. Breve la línea que señala, la suave flecha de una luz, velada por las cortinas opacas de las ventanas de los insomnes. Pasos sonámbulos, soñados, desvelados. Pies enfundados en botas, serenos pasos, nocturna música de tacos, desnudos pies bordeando las orillas del sueño, el canto áspero de la vigilia. Tropiezos, descontrolados pasos, precipitado andar. Caída, fallo en los pasos, destino.
Caigo. Recaes. Paso.

sábado, 30 de agosto de 2008

ocho

¿Qué nos llevaba, entonces? ¿Qué fuerza nos empujaba hasta la línea que se traza con tiza en día de viento, hacia ese borde desesperado donde se muere todo, salvo el trabajo forzado del testigo?
La calle Zabala está arbolada y en primavera su sombra es la más densa. Hilitos de luz amarilla señalan fragmentos de tu cara. Ahora es tu boca el primer plano incomprensible de esta extraña película. Un trailer de años por veredas arboladas, un pasadizo entre el pequeño cuarto íntimo y la ancha calle oscura. Tu voz se alarga como un camino a recorrer. Tu mano me sostiene en la oscuridad del mundo en el que asomo, sin pedirlo. Ahora no podés volver atrás. Así sucede cuando algo se descubre, no hay manera, no hay chance de ocultarlo, de ocultarse.

martes, 15 de julio de 2008

siete

Hablamos de superficies en contacto. Decimos fuerza de rozamiento o fuerza de fricción entre dos. Hablo de fuerzas. Vemos la que se opone al movimiento -una sobre la otra- oposición de fuerza, fricción cinética. O esa que impide, en el inicio, los movimientos (fricción estática), nacida así, de imperfecciones microscópicas entre estas dos superficies en contacto, la fuerza débil que nos roza. Frotas.
Tribología llaman los griegos a su ciencia. Fricción, desgaste, lubricaciones. Para entenderla se requiere de algún empírico conocimiento. Sus materiales son siempre indóciles.
Como una ecónoma, se propone conservar sobre todo, la energía, lograr un movimiento más veloz, más preciso, incrementar la productividad y reducir al mínimo las tareas que implicarían mantenimiento.
Cuando invoca estas fuerzas, pone en juego un sistema. Lúbricas cosas.

Frotar la lámpara y que no haya al fin allí (aquí) un genio bueno que nos asista.
Tus manos húmedas frotan y rozo.

miércoles, 25 de junio de 2008

seis

Su casa. Un cuidado desorden, un espacio que habita todavía. ¿Cuándo abandonamos realmente un lugar? Su casa, habitada por la muerte, frascos vacíos en la mesa de luz, papeles sobre la mesa. En un placard, cajas repletas de cartas y unos cuadernos amarillos de aroma húmedo, amargo, que penetra en las telas de la ropa colgada, planchada obsesivamente, agrupada de acuerdo a la estación. Su casa tan opuesta y simétrica a la mía. Soledad de mujeres, línea trazada con la leche de su pecho callado para siempre, quieto.
La imagen es estática, como una fotografía, no la anima ni el mayor esfuerzo que pueda realizar mi memoria. Sobre las teclas de su máquina, inclinada, o vencida sobre el escritorio de cedro oscuro, volcando tinta negra. Unas fintas nerviosas que se grababan en las hojas del cuaderno Rivadavia. Su vida ahí. Su historia fuera, hecha sin mí, desconocida. Apenas puedo revolver sin dolor este interior y el mío. Me voy dando un portazo que resuena doblemente con su eco en el pasillo, igual que entonces: para nadie.

cinco

Y Copérnico la dotó de movimiento. En estos giros lentos de la tierra, se mueven todavía, en círculos, los hombres. Esa elipsis no vista. Este motor violento.

lunes, 23 de junio de 2008

cuatro

Los solos en el bar están más solos. La cena evoca siempre las traiciones. Mastico con desgano mi entrada en la orfandad. Cuestión de tiempo, de cenas en los bares en penumbras. Un movimiento casto de la boca, un desgano que traga, engulle, traga. Metabolizo renegando de las pérdidas. Mañana es otro día. El día que aún no es. Aún no, el día.
¿Quién desplaza, con un motor violento, la noche hacia su origen?
No depende de fuerza, sí depende de fuerza.
Quedarse aquí requiere el mismo peso inverso. Tracción a sangre. Rígido coágulo del tiempo.

tres

Para que un cuerpo abandone su lugar natural, es necesario que sobre él actúe un motor,
-pensó Aristóteles- y llamó a ese motor: movimiento violento.
Creyó que todo movimiento de la naturaleza debería tener algún propósito: los cuerpos, animados o no, se agitaban bajo un impulso externo, de otro modo, quietos por naturaleza, tendían a volver a su lugar natural.
La piedra caerá al suelo y el caballo trotará hacia el establo, porque ésos son los sitios de piedras o caballos.
Sostuvo entre sus manos un guijarro. Extendió hacia el horizonte sus pupilas atentas, las fijó un largo rato en las ancas lustrosas, hasta que fueron manchas ínfimas y oscuras. Al compás de los rítmicos cascos fue entrando en el silencio de las estrellas fijas.

Limitado universo, eterno sólo entre sus vallas, con destellos que surcan las vidas de los hombres. Otra vez : todos y uno.

Lo pesado desciende, lo ligero se eleva, cada cuerpo según su natural destino. Movimiento violento, torrente contra el alma sencilla de las cosas.
Violencia de una fuerza que arrastrará los cuerpos en contra de un deseo natural de reposo.



Galileo, más tarde, diferenció los cuerpos del movimiento expreso. Entremezcló los términos: reposo, agitación, serán la misma cosa y sólo el cambio, el pulso cuando muta, reclamaría una causa. La Violencia en reposo, la quietud irascible de tu naturaleza.
Imagina estos cuerpos separados del ímpetu.




domingo, 22 de junio de 2008

dos

Su rígida mueca entorpece el olvido. La boca semiabierta, adelantada como quien va a decirnos algo. Obnubila, ahora no hay otra imagen que ésta. Digita su recuerdo, más allá.
La sala, un vaho gris. La falsa luz de falsos cirios altos. Encaje blanco sobre las manos, me acerco y la delgada tela vibra apenas. Temblor finísimo de junco. Ya no se mueve, así se muere.
Un cristal biselado que separa.
Hablar. Fumar. Sonreír o desear -muy buenas noches-.
Dormitar hasta helarse en un verde sillón tapizado de cuero.

uno

Nada está quieto. Siempre un soplo de brisa minúsculo, un temblor, un latido, un ligero aleteo. Alrededor de mí, en la cima más ardua de la noche, algo debe moverse.
¿Puede una respiración tan leve
impulsar a otros cuerpos?
Se esfuerza la razón. Trabaja para extraer de este caos pertubador una ley predecible. He aquí mi momentum, mi energía, mi fuerza.
En busca de una ciencia que describa, doy impulso a mis pies alrededor del cuarto. Girar es el trabajo al que a todas las horas, un impulso violento me somete.
Mecánica pura, los astros se desplazan a increíble distancia, desde la noche impura. Nada está quieto. Nadie.


Oigo un teclado que aporrean, o dentaduras rechinantes o pasos, vencidos bajo un enorme peso.
Polvo, dura raíz hundida : la gleba de los muertos.