miércoles, 25 de junio de 2008

seis

Su casa. Un cuidado desorden, un espacio que habita todavía. ¿Cuándo abandonamos realmente un lugar? Su casa, habitada por la muerte, frascos vacíos en la mesa de luz, papeles sobre la mesa. En un placard, cajas repletas de cartas y unos cuadernos amarillos de aroma húmedo, amargo, que penetra en las telas de la ropa colgada, planchada obsesivamente, agrupada de acuerdo a la estación. Su casa tan opuesta y simétrica a la mía. Soledad de mujeres, línea trazada con la leche de su pecho callado para siempre, quieto.
La imagen es estática, como una fotografía, no la anima ni el mayor esfuerzo que pueda realizar mi memoria. Sobre las teclas de su máquina, inclinada, o vencida sobre el escritorio de cedro oscuro, volcando tinta negra. Unas fintas nerviosas que se grababan en las hojas del cuaderno Rivadavia. Su vida ahí. Su historia fuera, hecha sin mí, desconocida. Apenas puedo revolver sin dolor este interior y el mío. Me voy dando un portazo que resuena doblemente con su eco en el pasillo, igual que entonces: para nadie.

3 comentarios:

Vero dijo...

Sin aire, me quedé. De verdad, se me hundió el pecho. Un beso.

inx dijo...

Bueno, gracias, Vero, pero vamos a ver hasta dónde me dura el aire a mí. Este es un mix de antiguos fracasos, intentando resolverse en algo.

Lankester Merrin dijo...

Excelente, Inx, sientase felicitada.