Como la vieja patética en el comedor del tren, hago solitarios, los juego, carta por carta, ordenándolas sobre la mesa sin mantel. Piezas, fragmentos, astillas que se ordenan y quiebran su aparente unidad en un segundo, como si de a ratos me durmiera, suspendiera mi presencia, me abdujera un sopor inevitable. Eso, sopor.
Pienso en los viejos y en ese modo de irse de a ratos, ensayando.
La pasión, el desprecio, la ataraxia: modos de hundirse.
Si hubo soplo, al principio, es que hay ahogo.
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